Hay marcas que susurran. Otras que hablan claro. Y luego está Alexander Shorokhoff, que directamente te lanza un manifiesto artístico a la cara desde la esfera. Es imposible no fijarse. En una feria como Inhorgenta, donde la mayoría de los relojes seguían la línea segura del minimalismo, los relojes de Shorokhoff gritaban, cantaban, celebraban.
Y eso es precisamente lo que los hace tan irresistibles.
El arte como motor relojero
Alexander Shorokhoff fundó su marca en Alemania en 2003, tras una sólida formación en ingeniería mecánica en Moscú y una etapa profesional trabajando con relojes rusos clásicos. Pero lo suyo no era repetir fórmulas. Era romperlas. Su visión fue clara desde el inicio: crear relojes mecánicos que funcionaran como pequeñas obras de arte en movimiento. Vale, lo hace también Jacobs and Co
Y lo ha conseguido.
Sus modelos combinan la tradición mecánica alemana con un diseño radicalmente expresivo. Tipografías oversize, colores que normalmente no se ven en relojería, esferas texturizadas, grabados manuales en puentes y platinas… Es una estética que o amas o no entiendes. Pero indiferente, nunca.
En Inhorgenta 2025: un stand con personalidad (como sus relojes)
Este año, en Inhorgenta Múnich, su presencia fue rotunda. El stand de Shorokhoff era un mini-galería de arte mecánico. No era el más grande, ni el más caro, pero probablemente era el más fotografiado.
Allí estaban modelos icónicos como el Avantgarde Kandy, con su caja rectangular y líneas gráficas que parecen salidas de un cuadro de Mondrian. También el Crazy Eyes, una esfera que parece un caleidoscopio. O el elegante y más contenido Chrono-Regulator, que demuestra que incluso en su universo visual, hay espacio para la sobriedad calculada.
Y lo mejor: Alexander Shorokhoff estaba allí, hablando con visitantes, ajustando correas, explicando la inspiración detrás de cada pieza. No es una marca lejana. Es un taller con alma, liderado por un creador que no ha delegado su pasión.
Mecánica de verdad
No todo es estética. Los movimientos —muchos basados en calibres rusos, suizos o alemanes, reconstruidos y decorados en su taller de Alzenau— son fiables, precisos y sorprendentemente bien acabados para su gama de precios. Algunos llevan cronógrafos mecánicos, otros complicaciones más inusuales como reguladores o pequeños segundos descentrados.
Cada calibre es trabajado a mano: pulido, grabado, decorado. Es decir, hay relojería artesanal real, no solo diseño llamativo.
No para todo el mundo. Pero sí para alguien especial
Shorokhoff no busca agradar a la mayoría. No hace relojes discretos ni invisibles. Los hace para quienes quieren llevar arte en la muñeca. Para quienes entienden que un reloj no tiene por qué parecerse al anterior. Para quienes valoran el oficio… pero también el riesgo.
En un mercado cada vez más homogéneo, donde muchas marcas repiten el mismo “minimalismo Bauhaus” hasta la saciedad, Shorokhoff representa la libertad. A veces desbordada. A veces exagerada. Pero siempre auténtica.
Una marca de autor en el sentido más literal
A diferencia de tantas firmas que son puro logo y marketing, Alexander Shorokhoff es una marca de autor. Lo notas en cada modelo, en cada línea, en cada decisión de diseño que rompe una norma tradicional. Es un relojero que diseña como un pintor, pero sin descuidar lo técnico.
Y eso crea una conexión especial con quienes lo eligen. Porque al final, no estás comprando solo un reloj. Estás apostando por una visión. Y no es cualquiera.
Conclusión: si te atreves, él ya te está esperando
Alexander Shorokhoff estuvo en Inhorgenta. Claro que sí. Pero no solo “estuvo”. Brilló. Provocó. Inspiró. Como lo hace siempre.
Porque hay relojes para saber la hora, y hay relojes que te recuerdan que el tiempo también puede ser una forma de arte.