Banca premium: cuando el dinero no compra criterio

En banca, como en casi todo, lo premium no siempre significa lo mejor. A veces es simplemente lo más caro. O lo que tiene más lacito. Pero hay un segmento donde las diferencias importan de verdad: cuando uno tiene suficiente patrimonio como para que un mal consejo se traduzca en un problema serio. Ahí es donde entra el famoso “servicio premium”. O como lo llaman en los bancos de toda la vida: banca privada.
Vamos a ser claros: no todo el que tiene una tarjeta de metal está recibiendo banca privada real. Y no todo lo que brilla es asesoramiento. A estas alturas, que te den una app bien hecha y un gestor amable no debería considerarse un lujo. El punto de partida de cualquier servicio bancario decente en 2025 es que funcione. El problema es que muchos bancos, grandes y pequeños, siguen vendiendo “experiencia premium” cuando lo único premium es la factura.
¿Qué debería ofrecer la banca privada?
Primero, una persona. No un bot, no un equipo de atención, no un número de referencia. Un banquero que sepa quién eres, qué haces, qué te preocupa y por qué no estás dispuesto a perder tiempo ni dinero. Y no uno que esté de paso o que cambie cada seis meses porque lo han ascendido o mandado a productos.
En ese sentido, el modelo que propone Banco Santander con su “banquero privado” tiene lógica. No porque hayan inventado nada nuevo, sino porque al menos lo dicen claro: te asignan una persona con nombre, apellidos y, en teoría, criterio. Esa persona te acompaña, te asesora, y te filtra todo lo que no necesitas. El problema, claro, es que eso funciona solo si el banquero no vive de colocar productos a comisión.
Servicios hay muchos. Criterio, poco.
La mayoría de bancos con supuesta “oferta premium” tienen un menú parecido: planificación patrimonial, seguros de alto nivel, inversiones gestionadas, acceso a operaciones estructuradas, asesoramiento fiscal y empresarial, etc. Pero eso no dice nada si no hay cabeza detrás. Lo premium no es que me ofrezcas 17 productos; es que me digas “no hagas nada” cuando no hay que hacer nada. Que entiendas que conservar es, muchas veces, más valioso que mover.
¿Y la tecnología?
Sí, claro. Que todo esté en una app, que pueda firmar operaciones desde el móvil mientras estoy en Singapur, que me lleguen alertas personalizadas y tenga informes semanales bien maquetados… fantástico. Pero eso no es banca privada, es estándar bien ejecutado. Si me vas a cobrar por un servicio premium, que no sea porque tienes una app bonita. El verdadero lujo es que no tenga que usarla cada dos días porque todo está resuelto.

¿Cuánto cuesta esto?
Spoiler: bastante. No sólo en comisiones o patrimonio mínimo exigido. Lo más caro es la confianza mal puesta. Si tu banquero tiene objetivos comerciales, ya no trabaja para ti, trabaja para su bonus. Y si el modelo del banco está orientado a “vender soluciones”, olvídate de la neutralidad.
Por eso el modelo importa más que el envoltorio. Santander, por ejemplo, lo vende como un “modelo europeo de asesoramiento certificado” con banqueros con título EFA. Muy bien. Pero la certificación no te protege de las malas prácticas. Lo que importa es la estructura de incentivos. ¿A quién responde ese banquero? ¿Tiene libertad? ¿Puede decirle que no a su jefe?

Entonces, ¿qué es realmente un servicio premium?
-Cinco cosas, y ninguna se compra en Amazon:
-Un interlocutor estable y solvente, que sepa decir “no” y que no cambie cada seis meses.
-Soluciones que no parecen salidas de un Excel corporativo.
-Tiempo y atención real, no cafés con sonrisa y discurso de manual.
-Coherencia tecnológica: útil, sí; intrusiva, no.
Y lo más importante: independencia en el consejo. Si el banco sólo te ofrece lo que le conviene, eso no es premium, es marketing.

Porque (y esa será mi conclusión), la banca premium bien hecha es un servicio de personas para personas. No es un teatro con trajes oscuros, ni una carrera de productos empaquetados. Es tener a alguien que piense por ti cuando tú estás pensando en otra cosa. Y eso, en estos tiempos, sí que es exclusivo.

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