El fuego también deja su firma
El tratamiento térmico es una práctica común y legítima en gemología. Se usa para intensificar el color o eliminar matices indeseados. En la amatista, ese proceso transforma la estructura interna del hierro que le da su tono violeta. El resultado puede ser espectacular, pero deja señales que un ojo atento aprende a leer.
La amatista tratada muestra un color más uniforme, a veces demasiado perfecto. Las naturales suelen presentar ligeras zonas de claridad o bandas internas que dan profundidad. Cuando el violeta parece plano, sin matices, probablemente ha pasado por calor controlado.
Otra pista está en los destellos. Las amatistas naturales cambian de reflejo según el ángulo y la luz; las tratadas mantienen una tonalidad fija, menos viva. El brillo se vuelve más intenso, pero también más rígido, como si la piedra hubiera perdido respiración.
El calor puede además modificar el tono hacia el rojizo o el marrón. Algunas amatistas calentadas en exceso se convierten en citrinos o topacios amarillentos. Es una frontera fina entre corrección y transformación total.
Los laboratorios gemológicos identifican estos tratamientos mediante espectroscopía o microscopía, pero el coleccionista intuitivo confía en la observación: la amatista natural tiene carácter; la tratada, perfección. Y la perfección rara vez cuenta una historia interesante.
